Hoy nos dirigimos a Chihuahua, en el norte de México, donde, el 8 de septiembre de 1987, un objeto inusual cruzó los cielos, sumiendo a la comunidad en el asombro y la incertidumbre.
Aquella noche, el cielo de Chihuahua parecía tranquilo, con el murmullo de la ciudad bajo un firmamento estrellado, pero de pronto, algo cambió; Un destello luminoso rompió la calma, iluminando el cielo con tonos de naranja, verde y amarillo que pintaron la noche de una forma que los testigos jamás olvidarían. El objeto, descrito como de un tamaño colosal, avanzaba con rapidez, y mientras se desplazaba, parecía desprender destellos, dejando una estela brillante que desafiaba cualquier explicación terrenal.
Desde la torre de control del aeropuerto internacional de Chihuahua, Karina Domínguez, controladora de aproximación, siguió el fenómeno con perplejidad. Observó cómo el objeto avanzaba en dirección a una zona conocida como Puerto Dolores, al este de la ciudad, antes de perderse en el horizonte. A dos kilómetros de altitud, el objeto avanzaba horizontalmente, sin el patrón descendente que caracteriza a los meteoros. “No podemos decir con certeza qué era”, comentó Domínguez más tarde, sin embargo, su trayectoria horizontal y su desaparición repentina desafiaban toda explicación conocida.
La noticia corrió como pólvora entre la población. Muchos describían el fenómeno como un cohete o incluso como un OVNI. Luis Dorunda, también controlador en la torre, confirmó que los teléfonos no dejaban de sonar, con llamadas de ciudadanos ansiosos por saber si alguien más había visto el misterioso objeto. La mezcla de sorpresa y temor se palpaba en cada voz que llamaba para confirmar si se trataba de una nave extraterrestre o de algo que no pertenecía a este mundo.
Las autoridades intentaron calmar los rumores. La explicación oficial, proporcionada por Ángel Álvarez Gómez, titular del servicio meteorológico, fue que se trataba de un meteoro de dimensiones sin precedentes en la región. Pero aún con esta explicación, muchas personas no podían ignorar lo que habían visto con sus propios ojos: un objeto que parecía comportarse con una inteligencia propia, avanzando en un vuelo controlado, y desapareciendo de forma que nadie logró ver un impacto o restos.
La incertidumbre impulsó a las autoridades a buscar el presunto lugar de impacto, aproximadamente 35 kilómetros de la capital, en un intento de encontrar evidencia de un cuerpo celeste o de lo que fuera que cruzó el cielo aquella noche, pero a pesar de la búsqueda, nada fue encontrado en Puerto Dolores. Sin restos, sin cráteres, sin señales de una colisión, la pregunta sobre qué realmente ocurrió en los cielos de Chihuahua quedó en el aire, tan imprecisa como los destellos de luz que aquel objeto dejó atrás.
La experiencia dejó una huella profunda en la memoria colectiva de la región. ¿Era realmente un meteoro, o acaso un objeto volador no identificado? La explicación oficial y los testimonios no coincidían del todo, y la noche del 8 de septiembre de 1987 se convirtió en un capítulo más en el enigma de los fenómenos inexplicables que surcan los cielos de México.
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