Hoy, viajaremos en el tiempo y el espacio, explorando dos eventos separados por casi cinco décadas, pero unidos por un misterio que sigue latente en el cielo de México.
Nuestro primer relato nos lleva a 1950, a la costa tropical de Acapulco, Guerrero. Era la madrugada del 15 de marzo, y la ciudad dormía bajo un cielo oscuro, con apenas el murmullo de las olas rompiendo en la orilla, de pronto, en medio de aquella calma, un destello inesperado iluminó el horizonte en dirección al oriente; era un objeto, descrito posteriormente como un plato volador, que comenzó a surcar el cielo con una trayectoria que dejaba a todos sin palabras.
La noticia, publicada en El Porvenir el 17 de marzo de 1950, describe cómo este objeto, al principio, emitía un brillo tenue, sin embargo, conforme avanzaba, su luz se volvía más intensa, iluminando el cielo de Acapulco; los testigos, personas que los reporteros describieron como “dignas de crédito”, afirmaron haber visto cómo el platillo cambiaba de forma y seguía una trayectoria en círculos. El objeto cruzó el firmamento en silencio de oriente a poniente, moviéndose como si dibujara su propio camino en la noche, hasta desvanecerse lentamente.
Este fenómeno, que parecía salido de un sueño, marcó a quienes lo presenciaron. Era una época en la que los platillos voladores comenzaban a convertirse en un tema de conversación en todo el mundo. ¿Qué era esa extraña luz que iluminó el cielo de Acapulco aquella noche de marzo? ¿Se trataba de una simple ilusión, o acaso de un visitante de más allá de las estrellas?
Nuestro segundo relato nos lleva casi cinco décadas adelante, a otra ciudad mexicana, pero esta vez en el árido norte del país. Es febrero de 1996 y el escenario es Ciudad Juárez, Chihuahua. La noticia, publicada por La Jornada y El Porvenir el 17 de febrero de 1996, describe un fenómeno que dejó sin aliento a miles de juarenses.
Esa noche, el cielo sobre Ciudad Juárez se convirtió en un espectáculo de luces cuando un objeto volador no identificado apareció de la nada, su forma era ovalada y, según los testigos, emitía luces de colores: rojo, verde y azul. Durante 20 minutos, el objeto surcó el cielo en silencio, sin que nadie lograra identificarlo, la multitud de testigos, personas de todas las edades y de todos los estratos sociales, observó cómo aquel objeto misterioso recorría la ciudad, moviéndose en patrones que desafiaban cualquier lógica.
Mientras los colores vibraban en el cielo, el objeto parecía girar, como si estuviera ejecutando un espectáculo diseñado para cautivar y desconcertar.
Al igual que en Acapulco, el objeto no hacía ningún ruido; solo dejaba su estela de luz y el desconcierto en quienes lo miraban desde abajo.
Dos eventos, en dos épocas distintas, pero con una esencia en común: el misterio, la fascinación y el temor que despiertan estos fenómenos que cruzan nuestros cielos.
Lo que comenzó en la madrugada de Acapulco en 1950, con un platillo brillante que se desvanecía en el horizonte, parece haber regresado casi medio siglo después, en la frontera desértica de Ciudad Juárez, con una forma nueva y un colorido espectáculo de luces.
¿Es posible que estos objetos sean parte de un mismo fenómeno, o son simples coincidencias en un vasto universo de posibilidades?
Los periódicos, El Porvenir y La Jornada, registraron estos eventos para la posteridad, como testigos de un fenómeno que, hasta el día de hoy, continúa siendo un enigma sin resolver. En cada avistamiento, el cielo de México se convierte en el escenario de un misterio, un recordatorio de que en lo alto hay preguntas que aún esperan respuesta.
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